Desde Barcelona hasta París. Quedamos en El Corte Inglés para encontrarnos a las 16 hs del domingo, y me apuré para llegar a horario con mi bolso de mano y mi maleta. Llegué y nada, autos y autos que pasaban porque la esquina no era la ideal digamos. Las 17 y nada. No tenía móvil para llamarlo. Las 17:30, las 18… encuentro un teléfono público y por suerte contesta y me dice que está llegando.
Nos saludamos en la esquina, se llamaba Deloth y era un negro del Congo. El viaje era larguísimo y debíamos cruzar Catalunya y casi todo Francia. Me salía barato (60€), le di el dinero y cargamos gasoil, compramos chocolates, snaks, unas bebidas y atravesamos Girona y toda la cadena montañosa española y elegante, montañosa e industrial, montañosa y marítima. Penetramos a los Pirineos, el zig zag cuesta arriba daba forma al camino y Deloth había hecho el viaje tantas veces que algo curioso siempre me enseñaba en cada recodo, en cada flanco. Pasando el Viaduc de Millau, a 2.000m de altura, la nieve caía como bombas blancas en el parabrisas. En el pico alto de la carretera bajé del coche a hacer pis y el pito lo tuve que buscar porque el frío que hacía sobre de la montaña era cojudísimo, era el acero ardiente, era el fuego más azul del mundo. Los carteles ruteros anunciaban osos sueltos, lobos, venados, entonces Deloth me informó que, en caso de pinchar cámara, él no se bajaría del auto y que debía hacerlo yo.
-Me salvé una vez de pura suerte…- me contó la historia en un español decente. Y parece que era verdad, que se había salvado de milagro del ataque de un oso gigante, lo había perseguido unos cien metros… en fin, entramos en confianza, nuestra conversación se fue poniendo tan fluida como buena, teníamos tiempo para historias y para la risa… y luego, lógicamente, empezamos a desarrollar temas comunes e importantes: la vida, la muerte, el amor, la sociedad, Dios.
Hablando de Dios fue la discordia hecha verbo.
Me informó que la palabra Congo significa “corazón”, me mostró un mapa y entendí claramente el corazón del África. También que allí había un 90% de ciudadanos cristianos (él lo era), algunos detalles culturales y luego se explayó sobre sí mismo, sobre su rutina general (vivía en París) y sobre su futuro y triunfal regreso al Congo, ya entrado en años y con mucho dinero como para agenciarse una dama y así pasar una vida madura sin sobresaltos. Sólo porque soy conversador, le cité al siempre pertinente Cardano: “Asegúrate, al cumplir 50 años, de tener las suficientes rentas para vivir, pues una vejez menesterosa puede ser lamentable”. Sonrió y siguió conduciendo.
Me vino un pensamiento descolgado que lo convertí en comentario:
-Deloth, si cuando mueres tu Dios no te recibe, puedes preguntar y tal vez esté otro atendiendo. Hay tantos… ¿Verdad?
-¿Qué quieres decir?- Me lanzó una mirada violenta.
-Bueno, que hubo y hay tantos dioses, hombre. Si te falla tal Dios, tienes tal otro.
Nos dejamos de hablar después de unos gritos que me propinó.
Silencio, esos silencios incómodos y tensos, un buen rato y ni disculpas le pedí, que tampoco era para gritarme así.
Aproveché para callarme un poco y mirar el paisaje.
Los pueblos viejos de Francia sólo eran luces en la noche, cerca de las dos de la mañana (aún faltaban 350km para París) el coche dejó de correr a velocidad estable, lo miro de costado y le noto cierto cabeceo… ¡¡Se empezó a dormir!! Entonces le dije las primeras palabras luego de 2 horas sin hablarnos: “Deloth, veo que tenés sueño ¿Me das el volante? Yo puedo manejar”. Me miró como pudo, los ojos los tenía blancos y rojos de sueño, le sobresalían de la cara, empezó a mover la cabeza, continuó manejando unos kilómetros hasta que divisó una estación de servicio, frenó, estacionó y me dijo: “Confío en vos, Javier, no más rápido que 140km, por favor”.
Un autazo. Una Van Opel con caja de sexta que se deslizaba como una nave -qué vicio esto de manejar los coches ajenos-. A los 10 minutos de autopista, cuando notó que me sentía muy a gusto con el volante, se quedó dormido y quieto como un tronco y pisé la Van Opel a 160km durante dos horas, y subí y bajé colinas, pasé muchos camiones, coches, estaciones de peaje, la niebla fue tomando presencia, los carteles verdes nombraban a París en letra cada vez mas grande y la madrugada avanzaba, mas con ella el nuevo día poblándose (no mucho, pocos coches y en su mayoría camiones de carga).
La entrada a París estaba resultando triunfal, y entrar manejando al taco llenaba el momento de solemnidad y de vértigo, era una escena que lógicamente no había imaginado antes de viajar. La última colina la subí a 150km parejo y se presentó la ciudad allí en el valle. Deloth seguía torrando, divisé tres camiones a unos 250 metros adelante, uno pasando a otro y el tercero detrás del segundo. Yo venia por el carril rápido, como un rayo, y entonces el tercer camión hizo la maniobra que no debió hacer jamás: se tiró a pasar al segundo camión por el tercer carril (repito, yo iba en el carril de velocidad pero a unos 50 metros de distancia ahora) y ahí mis nervios crecieron, se me pusieron duros los brazos y las piernas, aceleré para sacarme ese momento de encima y yo no sé bien lo qué pasó pero las carrocerías se besaron y la columna de 4 máquinas entró en un caos de fricción dinámica y todos fuimos a parar al vuelco mas espectacular que se haya vivido.
Todos murieron creo, porque fuego hubo y de todos los colores. La camioneta quedó volcada ruedas para arriba, yo salí arrastrándome por la ventana y me encontraba increíblemente ileso, gateé unos veinte metros alejándome y me detuve en unos verdes pastizales a respirar. De repente un ruido extraño, miré la Van Opel y en cosa de cinco segundos explotó con una fuerza terrible con Deloth adentro. ¡¡Dios Santo!! Yo, argentino, con sangre en brazos, ropas y manos, sin carnet de conducir, ¡¡¿ASESINO?!! … había cometido un delito gravísimo. Empecé a desesperarme y en un segundo tomé la decisión de rajarme de ahí como pudiera.
Estaba empezando a clarear. Unos coches se acercaron, miré a mi alrededor y huí caminando medio rengo pero velozmente por un camino arbolado que salía en diagonal junto a la autopista. Caminé unas tres horas con los nervios de punta hasta llegar a Notre Damme, supongo que nadie me vio ni me siguió, fueron las horas mas nerviosas de mi vida. Temblando me metí en un bar buscando un toilette para limpiarme y pedí un café y unas tartitas muy finas, por suerte tenía mi billetera y mi pasaporte en los bolsillos. Me dolía mucho la espalda, me daba vueltas y vueltas la cabeza. En los canales de televisión estaban los bomberos, la policía, y todo París hablando alucinado del cuádruple choque.
Empecé a pensar en los expertos detectives. Sabrán que alguien manejaba esa camioneta, buscarán en la maleta incinerada hasta el último detalle, aunque tenía poca ropa y nada especialmente mío, con mi nombre. La única forma que tienen de desglosar este episodio es mirando los registros de Blablacar, me dije, donde constan mensajes con Deloth, pero mi DNI no figura porque no fue hecha la operación, es decir, nunca hice la transferencia de dinero por el banco, le había pagado en efectivo (así lo había querido él) para ahorrarnos los 10€ de comisión que cobra el sitio.
Decidí no telefonear a Fede, decidí irme de la ciudad cuanto antes.
Así conocí a París. Fue el beso más amargo y un trampolín para volverme a Argentina, y para nunca más, pero nunca más, volver a Europa.
– Escrito por Javier Maldonado